lunes, 18 de mayo de 2009

El nacimiento de Ábigor (pj para el WOW)

Estaba amaneciendo en las montañas de Ironforge y los primeros rayos de luz hacían brillar las plateadas armaduras de los soldados a la entrada de la cueva.

En el interior de la gran ciudad enana, sobre el gran río de lava, comenzaba la habitual vida de las gentes que allí vivían.

En la zona de The Military Ward, a la entrada de la taberna, Winillyn sacaba la llave de un bolsillo que tenía su chaqueta de lana y la introducía en la cerradura de la gruesa puerta de madera cuando un tremendo dolor se apoderó de ella.
Las rodillas se clavaron en el suelo y la llave quedo solitaria, sin nada que pudiera girarla, pues las manos de Winillyn se fueron hacia su bajo vientre.
Un instante después un grito agudo resonó en las profundidades de Ironforge llegando al oído de un herrero y un soldado enanos.
Ambos salieron corriendo en dirección a la tabernera y al ver su estado decidieron llevarla a la herrería, que se encontraba muy cerca del lugar, donde la tumbaron boca arriba en una alfombra.

Una vez allí, entre los gritos y la sangre, el soldado se quitó el casco y los guantes rápidamente y agarró la mano de la mujer enana mientras el herrero traía un cubo con agua y varias vendas.
La respiración de Winillyn cada vez era más profunda y regular cuando en un instante dio el mayor chillido de todos a la vez que apretó la mano del soldado tan fuerte que a pesar de que este poseía una gran dureza, vio peligrar su brazo para siempre.

A la vez que sucedía todo esto, el herrero comenzó también a gritar: ¡Oh, ya sale!¡empuja!¡empuja! cuando observó como la cabeza de un pequeño enano pelirrojo se asomaba al mundo por primera vez.

Winillyn volvió a pegar un grito que en esta ocasión fue acompañado del llanto de la nueva criatura, la cual salió por completo del lugar donde se había alojado durante tantos meses.
A continuación, el herrero alzó por los pies al pequeño, que no paraba de llorar, y le dio un par de palmadas en el culo, pues él había escuchado que es lo que se debía hacer en estos casos, y nada más dar el primer golpecito el recién nacido enmudeció y se pudo observar como su cara ponía un gesto de enfado.
Los dos enanos que habían socorrido a la mujer enana, a pesar de su asombro no pudieron disimular la risa y en unos segundos comenzaron a reír a carcajadas, cosa que enfadó más aún a la pequeña criatura y provocó el gruñido más rápido que se conoce en la raza enana.

Tras este gracioso suceso, el recién nacido fue entregado a su madre y en sus brazos se quedó dormido. Acto siguiente el soldado se puso su casco y sus guantes y se marchó pero antes de atravesar la puerta Winillyn le preguntó su nombre, a lo cual contestó con una voz grave: “solo soy un soldado”.

La mañana transcurrió con el herrero al servicio de Winillyn, llevando todo lo que ella necesitaba y ayudándola a cargar con el pequeño hasta que la tabernera, sintiendo ya cargo de conciencia, decidió marcharse a su casa.
Con esfuerzo se levantó de la alfombra, que realmente era una piel de oso aunque debido a la sangre del parto más bien parecía un oso al que acababan de cazar, cogió a su hijo y antes de salir por la puerta preguntó al herrero su nombre, a lo que este contestó con voz aguda: “solo soy un forjador”.

Finalmente Winillyn dio las gracias por todo y se marchó a su casa siguiendo la hilera de antorchas que había en las paredes de las calles de la ciudad y una vez allí, se tumbó junto a su pequeño y descansó hasta que de repente recordó que se había dejado la llave de la taberna introducida en la cerradura.

A pesar del agotamiento que tenía salió corriendo con dificultad hacia la taberna, dejando a su hijo dormido puesto que no tenía otra alternativa y únicamente debía tardar un momento, y fue a recoger la llave.
Toda la prisa que se diera era poca pues no quería dejar solo al enano que había dejado en su cama.

Por fin llegó a la taberna, para su sorpresa la puerta estaba abierta de par en par y alocadamente la traspasó sin mirar antes, que o quien la había abierto.
A su alrededor no había más que una pequeña luz que provenía de la cocina, a la cual comenzó a acercarse lentamente. Desgraciadamente, antes de llegar a la luminosidad de la cocina, tres enanos con ropas corroídas y rostros perversos salieron al salón, donde aún se encontraba Winillyn, con sacos igual de mugrientos que su ropa colgados a sus espaldas.

Ante tal situación, la intención de la dueña de la taberna era salir de allí como fuera pero la de los enanos no era del todo clara aunque si se podía deducir que era de carácter malévolo.
En cualquier caso, y antes de que nadie tuviese tiempo de reaccionar, alguien más entró en la pequeña tasca. Vestía una armadura y un casco que tapaban completamente su talante pero aún así Winillyn lo reconoció con facilidad. Era el soldado que esa misma mañana la había ayudado a tener a su hijo y que tan pronto entró, se abalanzó sobre los tres enanos aplicándoles tal paliza en un instante que si antes sus rostros eran perversos, ahora ya no se podía saber pues a causa de los golpes quedaron completamente desfigurados y cubiertos de sangre.

Los malhechores salieron corriendo de allí como pudieron y se marcharon lejos de Ironforge a donde no volvieron nunca más, mientras que la que desde hacía unas horas era madre nuevamente daba las gracias.
El soldado se despidió y se marchó indiferente ya que pensaba que era su obligación y Winillyn tras echar un ligero vistazo, salió, cerró la puerta y se fue a su casa, con su hijo, donde descansó hasta el día siguiente junto a su pequeño enano.

Los sueños fueron los protagonistas durante varias horas hasta que a medio día alguien llamo a la puerta. La enana se levantó con gestos de dolor debido al parto y lentamente se dirigió hacia los ruidos hasta que finalmente abrió la puerta. Para su sorpresa vio que el que llamó era el herrero que el día anterior la había socorrido y que traía comida que había hecho su esposa. Él le entregó una cesta y le dijo que ya vendría a recogerla. Winillyn dijo que no era necesario pero el enano insistió de tal forma que esta no se pudo negar.

Tras la visita el día transcurrió sin ninguna novedad, al igual que los cuatro días venideros, hasta que alguien irrumpió en la casa. El sonido de una armadura retumbaba fuertemente y un enano entró en la habitación donde estaban el pequeño y su madre. Las pupilas de Winillyn se dilataron y una gran alegría la invadió. Aquel que había entrado no era otro que su marido Mawlin, el padre del niño.

Mawlin sonrió y corriendo abrazó a la tabernera. Tras unos instantes ambos se separaron y el padre del pequeño dijo que había venido lo antes posible y comenzó a contar todo lo que había hecho durante los días pasados que no estuvo, pues él se encontraba de viaje en las montañas fronterizas de Dun Morogh cumpliendo con su deber de paladín. Tras un rato hablando cogió a su hijo por la cintura y lo alzó mirándole a la cara, “Bueno, ¿y a ti como te vamos a llamar hijo mío?” dijo, y comenzó a reír de felicidad abrazando al pequeño.

Por la noche los tres durmieron juntos, Winillyn contó a Mawlin como fue el parto y le habló de la ayuda que le habían ofrecido el soldado y el herrero mientras el padre de familia colocaba unos leños para hacer un fuego que mantuviese el hogar caldeado. Cuando terminó se metió en la cama y preguntó:
“¿Has pensado algún nombre?”
La enana no dijo nada pero negó con la cabeza y Mawlin puso un rostro pensativo. Al cabo de unos segundos Mawlin volvió a hablar:
“Oye, Winillyn, se me ha ocurrido una idea. Tú me has dicho que te ayudaron un soldado y un herrero pero que no te dijeron sus nombres, pues se me ha ocurrido un nombre. En honor al soldado que te salvó, le llamaremos en parte Ábinar, el Dios enano de la guerra, y en honor al herrero que te cuidó le llamaremos en parte Gorgorín, Dios enano de la herrería. Así, nos quedará Ábigor. Dime, ¿qué te parece?”

A Winillyn realmente le pareció una idea estupenda y le dijo a Mawlin que le parecía perfecto con una gran sonrisa. Finalmente ambos miraron a la vez a su hijo y dijeron en voz baja:

“Descansa Ábigor”.

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